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Mi duelo en Confinamiento

Habían pasado dos días sin saber absolutamente nada de él y comenzaba a inquietarme un poco; sin embargo, ateniéndome a los planes que juntos nos habíamos trazado antes de mi partida hacía España, donde debía esperar su llegada días más tarde, me daba a mí misma razones lógicas para su silencio, no sin que por ello, dejara de hacer algunas llamadas para tratar de ubicarlo de manera infructuosa. Fue la tercera noche, cuando un repicar de teléfono me despertó y escuche la voz de una amiga muy querida que me daba la terrible noticia de que mi esposo había muerto.

Como describir el dolor profundo de una pérdida en la distancia, ante la impotencia de no poder salir corriendo para tocar y abrazar a ese ser querido que se fue sin que hubiese habido la más mínima sospecha, ni aviso; sólo sorpresa, incertidumbre, perplejidad, rabia, dolor y más dolor, y con todo eso, un enorme hueco, una separación donde los brazos por más que deseaban alargarse para llegar hasta allá donde él yacía, no lo lograban, no alcanzaban a tocarlo en la distancia.


Y es que mi situación representaba ya un confinamiento en el país en el cual me encontraba, mientras no se terminara el proceso de regularización de mi status como inmigrante, no podía salir, y entre esa, y otras razones que no vienen al caso, no me era posible trasladarme al país donde había muerto mi esposo. Estos factores, sumados a la profunda tristeza de la pérdida inesperada, crearon en mí una sensación emocional terrible de impotencia, de estar amarrada de pies y manos junto a mi dolor, sin poder actuar y hacer lo que en ese momento era para mí lo prioritario, que era estar cerca y poder despedirme de él de piel a piel.


Sin embargo; no pudo ser, las crueles circunstancias de mi entorno me lo impidieron. Y en eso no pude evitar, dentro de la rabia que por instantes disfrazaba el dolor, pensar con resentimiento en Venezuela, cuyas circunstancias nos expulsaron en una primera migración no deseada. En República Dominicana donde tampoco fue posible concretar nada, fuimos estafados, generándose nuestra segunda migración, y finalmente en Dinamarca, donde nuestra tercera migración terminó con un gran dolor y una pérdida irreparable.

Los instantes vividos esa noche de la llamada con la terrible noticia fueron eternos, no sé cuántas horas transcurrieron ni cuándo amaneció; lo que sí sé y sentí, fue la cálida y muy especial compañía y apoyo de mi adorado hermano y su pareja quiénes por suerte para mí, estaban dándome cobijo justo en ese momento en España. Lo cierto es que a partir de allí, gracias a la lucidez de mi hermano que tomó la batuta, se puso en marcha con altísima velocidad y efectividad, la maravillosa red de hermanos alrededor del mundo, y la de algunos amigos cercanos en Dinamarca, y entre todos, ayudaron a solucionar las cosas operativas más elementales y la consecución de los pasos correspondientes para que sus restos cremados pudieran llegar a mí, considerando la imposibilidad de trasladarme a Dinamarca como hubiera deseado.



Es así como inicié mi duelo en total confinamiento, en aislamiento, a millas de distancia, de manos atadas y sin poder hacer un funeral, tuve que conformarme con esperar más de dos semanas para finalmente recibir por correo privado, las cenizas de mi esposo en casa de mi hermano, donde desde hacía un mes estaba residenciada. Fue en el preciso instante de recibir las cenizas, que inicié lo que podríamos llamar la etapa del funeral con todo lo que ello conlleva: sentir de nuevo la profundidad del dolor y la cercanía de la persona de múltiples maneras, incluida la actual, en este caso convertido en cenizas, entre recuerdos, llanto, tristeza infinita, y entre tanta convulsión de emociones, sentimientos y sensaciones había que tomar la decisión de la despedida: cuándo?, dónde? y cómo?


En honor a él y a lo que sabíamos era su deseo, finalmente nuestra hija y yo decidimos que iríamos a una playa, alquilaríamos un pequeño apartamento y solas, en recogimiento, haríamos la despedida. Así lo hicimos, y una noche de luna llena, después de recorrer una playa solitaria muy tarde en la noche, descalzas, nos adentramos en el agua solas las dos y tomamos un puñado de cenizas cada una en nuestras manos. Cada quien a su turno, tuvo la maravillosa y única oportunidad de hablarle a él, de decirle todas aquellas cosas que habían quedado pendiente por decir, de las cosas que faltaron, todo lo que cada una quiso expresar, y luego cada una metió el puño apretado con cenizas en el agua, despidiéndole entre llanto y dejando que el agua suavemente se llevara las cenizas de la mano. Al final, las dos sostuvimos el jarrón con el resto de las cenizas y lo volcamos en el agua para que la marea lo terminara de llevar hacia adentro y nuevamente lo despedimos deseándole llegara, como era su deseo, a los manglares de sus sueños.

Puedo asegurar que la paz y tranquilidad que sentimos mi hija y yo fue enorme, nos quedamos largo tiempo mirando el mar infinito bajo la maravillosa luz que la luna nos regaló esa noche y fuimos felices, entre lágrimas, de tenernos ambas y de haberlo tenido con nosotras como padre y como esposo un tiempo hermoso de nuestras vidas.

No tengo la menor duda que el duelo que me tocó vivir en la distancia se parece muchísimo, a nivel de vivencia, a lo que miles de personas han estado experimentando con la pérdida de sus seres queridos, estando en confinamiento desde que comenzó la crisis de esta pandemia. Eso de no poder acompañar a nuestro deudo en su último suspiro, no poder verlo, tocarlo, no poder despedirlo ni hacerle un funeral.


Todos ellos al igual que yo, han vivido la angustia de la incertidumbre, de la soledad, la rabia ante lo sucedido, el dolor profundo de la pérdida y el desconsuelo por la no despedida.


Quiero decirles a todos ustedes, que el dolor es imposible no sentirlo y que paradójicamente para mitigarlo, necesitamos hacerlo nuestro, dejarlo ser parte de nosotros, vivirlo y sentirlo plenamente llorando nuestro dolor lo que sea necesario, tanto como lo que ese dolor nos pida hacerlo.


Sin embargo, aún en la distancia y en confinamiento, siempre podremos hacer algunas cosas para hacer un ritual de despedida y ayudar a metabolizar la pérdida, que de otra manera quedaría abierta y suspendida en un paréntesis, en una mezcla de sentimientos y emociones, que no haría más que prolongar innecesaria y dolorosamente el duelo y dañar nuestra salud.


Así como yo elegí el mar para mí ritual de despedida, aún sin tener los restos del ser querido, podrías en tu espacio idear algún ritual a tu estilo, en soledad o en compañía de las personas implicadas en el duelo. Por ejemplo:

  • Con una foto, una canción, una pintura, objeto significativo que represente a la persona: Haz un momento de silencio, expresa todo lo que sientes, lo que hubieses querido decirle y no pudiste, y despídete. Elabora tu propio ritual

  • Hacerle una carta a la persona que murió, guárdala y cuando sea posible, si es el caso, la llevarás al cementerio

  • Si es tu estilo, y te gusta, escribir poemas, cuentos, y cualquier tipo de género literario en relación con esa persona, con lo sucedido, que te permita expresar lo que sientes y despedirte

  • Si te gusta pintar, dibujar, cantar o hacer música ponte a crear y dejar que fluyan las ideas creativas permitiendo que por esa vía salga la expresión del dolor y se expresen las emociones y sensaciones de todas las vivencias, ponle palabras a toda la experiencia.

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